25 octubre, 2006

Viaje a Suecia (Parte I: De Bilbao a Estocolmo)

No solo de fútbol vive el árbitro, y entre partido y partido hay toda una larga semana en la que nos dedicamos a cosas que normalmente están muy alejadas del deporte del balón.

En nuestra vida cotidiana debemos soportar de vez en cuando el cruzarnos con alguien que nos reconozca y no esté de acuerdo con algo de nuestro trabajo… La verdad es que me molesta cuando alguien a quien no conozco de nada me para por la calle y se pone a discutir conmigo acerca de una jugada que ni siquiera recuerdo.

Afortunadamente, estos encuentros normalmente se limitan a un “arbi, anda que nos la liaste buena, la próxima vez ya verás”.

Eso y los entrenamientos son el único contacto con nuestro trabajo de fin de semana que tenemos el resto del tiempo, así que hay mucha vida detrás de un árbitro.

Y de vez en cuando, viene bien hacer una escapadita. Siguiendo la sana costumbre que instauramos el año pasado de pegarnos un viajecito por estas fechas, se organizó (así como buenamente se pudo), se pidió el finde libre, se tomó la libertad de faltar a unas cuantas clases… y nos encaminamos a Suecia.

El año pasado tuvimos la suerte de disfrutar de un Londres soleado en noviembre, pero a pesar de todo, del grupo de 6 de aquellos tiempos, solo tres repetíamos. Beltrán, Vanessa y yo, con el añadido pamplonés de Jokin, planteamos un rústico (y todo lo barato que pudimos) viaje a Estocolmo.

El vuelo barato salía desde Girona. Mi fiel coche Sombragris debía de acercarnos hasta allí. De modo que armándome de paciencia, y poquito a poco, nos encaminamos la tarde del día 18 hacia tierras catalanas.

El primer fallo fue el pensar que el vuelo salía a las 7 de la mañana. Teníamos que llegar con adelanto para facturar y esas cosas… pero el adelanto se convirtió en excesivo cuando vimos que nuestro vuelo partía de Girona a las 10:40. La horita de espera se convirtió en unas cuatro y pico, que pasamos como pudimos dormitando tirados en el suelo y encima de las maletas. Un cuadro, vamos.

Algo más descansados (y doloridos por las malas posturas) nos pusimos a la cola mientras teníamos el primer contacto no deseado con la población sueca: un tipo, muy alto y rubio él, le tocaba el culo a Jokin en el cuarto de baño, y se mostraba decepcionado cuando nuestro amigo le dejaba claro que no tenía ningún interés.

Minutos después, en la cola, una tipa me confundía con un sueco y me soltaba una parrafada que no entendía y Beltrán era el objetivo elegido por un hombre para lanzar sus gestos lascivos.

Con este primer contacto, nos subiamos al avión con Beltrán sumido en oraciones a todos los dioses que conocía para no compartir asiento con el mencionado indiviuo y con la tipica peleilla apresurada para coger un buen asiento de ventanilla.

Detrás nuestro un simpatico madrileño llamado Fernando, que más tarde en el autobús me haría un resumen de “lo que hay que saber de Suecia”. No creo que lea esto, pero se lo vuelvo a agradecer.

Viaje concluido y viendo como unos escandalosos zaragozanos ponían de manifiesto una vez más el por qué de la imagen que los europeos tienen de nosotros, la aventura sueca empezaba.

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