17 diciembre, 2006

La amarga derrota

Nadie sabe perder. No me vengan a mí con que hay que aprender a perder. Con que hay que saber perder. Ni que hay que ser buen perdedor. Cuando te quitan algo que era tuyo, cuando te rompen la ilusión en mil pedazos, cuando te humillan en una paliza sin excusas se produce la peor de las sensaciones a las que se tiene que enfrentarse alguien. Convivir con la puta derrota. Entenderla, analizarla, masticarla y, lo más duro, digerirla. Las imágenes pasan una y mil veces por la cabeza, en el medio de la sien se clavan los errores y los movimientos que hubiesen evitado ¿algo?

Siempre quedará la duda y la certeza de que algo se pudo haber cambiado. La bronca, la decepción, el desencanto. Todos envueltos en fastidio y por el mismo precio. Todos latiendo a cada respiración, a cada intento de olvidar, a cada deseo de revancha. La sangre del fracaso es más fría y más ácida que cualquiera. El único camino posible para sobreponerse no se explica ni se declara, aparece una mañana entre las tinieblas, después del duelo, y hace temblar el suelo, tu cuerpo comienza a vibrar otra vez y entonces logras ver otros horizontes que hasta ayer resultaban meros espejismos.

Puedes levantar la vista, salir de tu propia vergüenza, tu propia decepción (tal vez la más difícil de perdonar) y armar tus fuerzas lentamente. Hacia un lugar sagrado al que quizá no llegues pero recorrerás cada centímetro de arena, de pasto y de sudor para conseguirlo. Reúnes tus energías dispersas y oscuras. Perdidas ya. Y sales a la lucha nuevamente. Tendrás la protección de tus amigos, su sabia y silenciosa compañía. Sus manos te ungirán. Sus ojos brillarán al verte otra vez entero. Transmitiendo el misterio y el contagio de que aún todo es posible. Y sumarás voces y acallarás rumores de insectos. Y crecerá tu alma en el intento, y se probarán tus músculos ante cada obstáculo.

Entonces volverás a ser el que fuiste antes de perder, pero luego de haber perdido. Volverás a identificarte, a jugarte el pellejo luego de haber experimentado el vacío furtivo. Y caerán tormentas. Y pasarás inviernos sin sol. Y tendrás sed y sufrirás el cansancio hasta desconocer su límite. Hasta no sentir el dolor. Entonces allí, solamente allí, estarás preparado para vencer la última batalla.

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