17 diciembre, 2006

Un miércoles cualquiera

Se conocieron a través de internet. Se identificaron con sus nombres –seguramente falsos— y quedaron para el día siguiente, a las diez de la noche en un pub semi esquina con Castellana. Para reconocerse, él llevaría una corbata estampada con las tres gracias de Rubens. Ella, un bolso en el que el creador había diseñado una portada de VOGUE. Después, todo dependería del grado de conexión que alcanzara la pareja. En el chat no se ponía límite a la incipiente relación. Pero ambos habían ocultado su pasión más inconfesable.

Era miércoles y el equipo del enfervorizado hincha jugaba el partido de vuelta del que dependía su pase a semifinales. A punto de anudarse la corbata con el cuadro barroco a la altura del esternón, pensó en la cita. Igual esa noche hacía bingo. Se enrolló la bufanda bicolor al cuello y, antes de cerrar la puerta, echó un vistazo al dormitorio, todo ordenado. Por si acaso.

Ese miércoles, ella tuvo turno de mañana, comió en la cafetería del hospital, hizo unas compras y llegó a casa a las siete. Una ducha rápida, ropa limpia y el bolso de VOGUE que la esperaba colgado del respaldo de una silla del hall. Se cercioró de que en su interior estuviera el carné de la sala a la que se dirigía. Palpó el plástico duro que asomaba por uno de los compartimentos interiores. Antes de cerrar la puerta miró al salón a través del espejo del armario ropero. Estaba limpio. El lugar perfecto para encajar ese gol que llevaba buscando desde hacía meses.

En el segundo anfiteatro del fondo norte, el hincha se desesperaba porque la victoria no llegaba. Levantó la vista hacia el marcador electrónico y miró el reloj. Quedaban pocos minutos para el pitido final y el pase no estaba decidido, ni mucho menos. Habría que ir a la prórroga. Las diez y cinco, ¿y la cita? No me voy a perder la prórroga, pensó. El partido no ha valido nada y el gol tiene que llegar ahora. Además, se convenció, qué se yo quién es esa tía y de dónde ha salido. Sólo faltaba que fuera una vieja o un adefesio y tuviera que cargar con ella toda la noche…Nada... A ver si llegamos este año a la final.

En el local semi vacío, ella llevaba sin tachar un número desde hacía casi dos horas. Supersticiosa donde las hubiera, la suerte se le presentaba siempre en día laborable y a partir de las diez de la noche, nunca antes ni en festivo. Llevaba invertidos más de 300 euros en hora y pico y el cartón con la buena estrella dibujada estaba a punto de llegar. Echó mano del bolso y entonces recordó la reunión. Quién será ese soplagaitas, se dijo. Ni su nombre debía ser verdadero. Además, con un cuadro colgado del cuello… Un hortera. Pidió otra serie y cambió de rotulador.

Con la frustración de la derrota a cuestas, pasadas las doce de la noche, él apareció medio borracho por el VIPS de Cuatro Caminos. Allí, una chica cabizbaja y solitaria gastaba los últimos euros que había sacado de un bolso con la portada de VOGUE, en una mesa apartada, sorbiendo una copa de cerveza medio caliente. Ni él cantó bingo ni ella encajó el gol. ¿O fue al revés?

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